viernes, 5 de diciembre de 2008

Un cazador furtivo

La sección de El chistorete de la semana insiste en trasmitir, bajo el pretexto del humor, la ideología más retardataria. No obstante que en el Directorio de este periódico se pone la leyenda “el contenido de los artículos son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión del Semanario”, como la mayoría de ellos se escudan en el anonimato, nadie asume la responsabilidad y parece que responden a la línea editorial del mismo. Ya en una columna anterior se transcribió un “chistorete” que revelaba, entre otras muchas aversiones, una fobia hacia los homosexuales masculinos y tenía como objetivo ridiculizar a los simpatizantes del PRD. La publicación del 27 de noviembre tiene como objetivo soterrado el denigrar a las feministas (todas) a las que implícitamente califica de lesbianas, revelando nuevamente gran intolerancia sobre la libre preferencia sexual de los individuos y de paso calificar como “pendejas” a las mujeres, por abrirse paso en el mundo de los varones. En esa oportunidad, como ahora, se vuelve ineludible hacer el deslinde correspondiente. Hoy, la sección de marras transcribe unas supuestas “Confesiones de una mujer moderna” que a todas luces revelan una mentalidad reaccionaria y machista. Con vocablos propios de la madre patria aderezadas con palabras vernáculas tales como: “Quién fue la bruja imbécil, la matriz de las feministas que tuvo la puta idea de reivindicar los derechos de la mujer”, “hasta que vino un pendejita, seguro lesbiana, la cabrona a la que no le gustaba el corpiño (¿?)” “Y vino a contaminar… con ideas raras sobre 'vamos a conquistar nuestro espacio'. Qué espacio, ni que la chingada”, “¿nuestro espacio? ¡Mis tetas!”; “Si nosotras ya sabíamos que teníamos un cerebro y que lo podíamos usar (¿?) ¿Para que chingados había que demostrárselo a ellos?”. El artículo del viernes pasado supuestamente pretende reivindicar el “tiempo de nuestras abuelas”, que “se pasaban todo el día bordando, intercambiando recetas con sus amigas, enseñándose mutuamente secretos de condimentos, trucos, remedios caseros…”. Y para eludir el reproche que con justeza se puede hacer al tipo de vida patriarcal, donde la mujer debe ser sumisa e ignorante, la “autora”, pretende argumentar que dichas señoras también se la pasaban “leyendo buenos libros de las bibliotecas de sus maridos”. Como se puede apreciar, los saberes deben ser pertenencia de los varones, quienes graciosamente los podrán conceder a las esposas. Es la misma rancia ideología de los refranes de siglos pasados, que revelan en su justa dimensión la distorsión de los valores: “la mujer en sus quehaceres, para eso son las mujeres”; “mujer que sabe latín ni encuentra marido, ni puede tener buen fin”, “la mujer en la casa y el hombre en la plaza”. Aunque por otro lado, sería motivo de gran admiración que en nuestro medio todos los esposos tuvieran bibliotecas con “buenos libros” disponibles. Luego nos endilga una visión nostálgica y pequeño burguesa de la vida: “teníamos servidumbre (es decir, criadas), las telenovelas, el club, ¡Cuantas horas de paz nos trajeron la tecnología y las chachas!” Nótese el acento clasista con el que se designa a las trabajadoras domésticas y como la pretendida lectura de los “buenos libros” no hizo mella en su conciencia, que concibe la felicidad en el “tener cosas” y no en el ser mejores. “Si ya teníamos la casa entera. Todo el ¿----? Barrio era nuestro, el mundo a nuestros pies”. “Teníamos el dominio completo sobre los hombres; ellos dependían de nostras para comer, para vestirse y para hacerse ver bien (sic) delante de sus amigos”. Es la misma lógica enajenada del esclavo que se complace por estar sujeto a una cadena dorada e imagina que faltándole él, su amo moriría de hambre. La “autora” cae en la incongruencia, pues las “señoras tradicionales” siempre echaron en cara a las feministas un supuesto afán de “dominar a los hombres” y ahora nos revela que ese destino obedece a una especie de orden natural. También concibe a la vida como una contienda sexista: “las mujeres no trabajábamos y no había en sus oficinas ninguna vieja buenísima, con un cuerpazo de tentación, divorciada o separada tratando de vivir y ganarse el pan. Y ahora… ¿Donde chingados están ellos? ¡Claro! Andan tras esas buenotas de su oficina y la competencia está muy cabrona. Ahora ellos están confundidos, no saben que papel desempeñan en la sociedad. (Nótese como se proyecta en el otro, la falla propia) Huyen de nosotras…”. “No aguanto más ser obligada al ritual diario de estar flaca como una escoba, pero con tetas y el culo duros, para lo cual tengo que meterme al gimnasio, además de morir de hambre ponerme hidratantes, antiarrugas …”. Es el mismo razonamiento viciado de pretender satisfacer a sus eternos demandantes, los amos varones, aunque ahora bajo la dimensión cosmética, lo que nos lleva a concluir que la visión idílica que nos querían vender, del universo tradicional de “nuestras abuelas” no era tan venturoso, cuando se admite que los hombres demandan otro tipo de gratificaciones fuera de casa. “Estamos pagando el precio por estar siempre en forma, sin estrías, depiladas, sonrientes, perfumadas, uñas perfectas, sin hablar del currículum impecable, lleno de diplomas, doctorados y especialidades… (Nueva contradicción)… y si tienes hijos… aparte de ser flaca y moderna, también tienes que ser madre, amiga, psicóloga, doctora, maestra, llevarlos a la escuela, al ballet, al karate, hacer la tarea…” Entonces el problema no estribaba en que las feministas lucharan por reivindicar los derechos de las mujeres, para que éstas pudieran trabajar como los hombres, sino lo que subyace en el fondo de ese movimiento, como en el sentir de las “mujeres modernas insatisfechas”, es precisamente hacer conciencia de que el rol de las mujeres no es el de una especie de sierva doméstica o de esclava sexual, sino que ambos géneros deben luchar por la superación conjunta, lo que demanda el compartir las cargas de trabajo y las responsabilidades que acarrea la vida en común (JAMG).

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