sábado, 27 de diciembre de 2008

VERDUGOS TRICOLORES Y CÍA

El gobernador priísta de Coahuila, Humberto Moreira, impulsó una iniciativa para reformar la Constitución Federal y se pueda aplicar la pena capital a los reos de ciertos delitos, misma que fue aprobada por los obsequiosos diputados locales y se envió al Congreso de la Unión para su estudio y discusión. Constituye una muestra más del pragmatismo y el oportunismo con el que operan la mayoría de los políticos en nuestro país. De antemano, Moreira sabía que su intento estaba destinado al fracaso, ya que para modificar la Carta Magna se requiere una mayoría de las dos terceras partes de ambas Cámaras y además que debe ser aprobada por la mayoría de las legislaturas de los Estados. Era evidente que diputados y senadores del PAN y del PRD se opondrían a dicha iniciativa, bajo diferentes consideraciones: morales, de eficacia o de índole humanitaria. Pero no importa que sea rechazada, pues habría cumplido con sus fines electoreros, ya que en la mente de los votantes en el 2009 y las presidenciales del 2012 se quedaría la idea que tanto él, como el PRI, pretendieron supuestamente hacer algo efectivo contra la violencia y la delincuencia organizada. Aunque si se reflexiona por un momento, dicha iniciativa no es sino la expresión de su fracaso de su gobierno en procurar la justicia en Coahuila que se podría sintetizar en una frase: como no podemos, matemos. Con total impudicia Moreira argumenta que los secuestradores y los sicarios del narcotráfico son inadaptados sociales a los que hay que extirpar de la sociedad, en ello no hace sino seguir el ejemplo de su correligionario Montiel, quien en su campaña como precandidato a la presidencia, afirmaba que los derechos humanos eran para los humanos, no para las ratas. Por desgracia, la sociedad mexicana hastiada de tantas matanzas y secuestros, debidamente mediatizada por la televisión, esta preparada para que se le ofrezca una drástica e ilusoria solución a la violencia; que revela más bien propósitos de venganza que de justicia. Con argumentos frente a los abolicionistas tales como: ¿qué opinarían si el secuestrado, difunto o extorsionado fuera tu padre, hijo o pariente? La brutalidad homicida no nos obliga a convertirnos también nosotros en homicidas. Borges, el famoso escritor argentino, en cierta ocasión expresó: odio a los caníbales, aunque para acabar con ellos no me comería a los caníbales. El argumento moral se impone a cualquier consideración sobre la posible eficacia de las penas. Aunque se llegara a demostrar que privando de la vida a los maleantes se abatiera la comisión de los delitos extremos, el respeto a la vida es un imperativo superior de ética civilizatoria, pues si regresamos a los tiempos de la Ley del Talión, significaría un grave retroceso para la humanidad. Por otra parte, la pena de muerte como recurso disuasorio es ineficaz ya que en ningún país de los que se encuentra en vigor ha logrado abatir la delincuencia, antes por el contrario se ha incrementado. Los delincuentes amateurs amenazados con el drástico castigo se volverían más agresivos frente al panorama del ajusticiamiento. Además, la pena capital es una medida irreversible, que una vez ejecutada hace imposible reparar los errores judiciales o las sentencias amañadas. De instaurarse la pena de muerte en nuestro país, dada la penetración del narcotráfico y la corrupción la policía, los sistemas de procuración y administración de justicia, solamente se eliminaría a gente inocente; a los delincuentes pobres, pero no a los culpables ricos; a los líderes sociales y los adversarios políticos. Manlio Fabio Beltrones, líder de la bancada tricolor en el Senado, de manera falaz argumentó que por ser un asunto de gran interés para la ciudadanía se debería discutir ampliamente, como fue el caso de la reforma petrolera, apoyando así el recurso inmoral de utilizar la pena de muerte como herramienta político electoral. También el partido Verde, esa franquicia familiar que medara del erario, que hace poco pedía el voto “para los ecologistas, no para los políticos”; que luchaba contra las corridas de toros para evitar la tortura que se inflinge a los animales, hoy reniega de todos los principios que decía defender y se une al coro de los verdugos para “cachar” sufragios. El afán de ambas formaciones políticas al proponer tal debate, es demagogia pura, ya que están al corriente de la obligación del Estado mexicano de cumplir los tratados internacionales en los que se comprometió abolir la pena de muerte, mismos que ahora tienen jerarquía constitucional al ser incorporados a nuestro sistema jurídico, en los términos del artículo 133 de nuestra Carta Magna. “Esta Constitución, las leyes del Congreso de la Unión que emanen de ella y todos los Tratados que estén de acuerdo con la misma, celebrados y que se celebren por el Presidente de la República, con aprobación del Senado, serán la Ley Suprema de toda la Unión. Los jueces de cada Estado se arreglarán a dicha Constitución, leyes y tratados, a pesar de las disposiciones en contrario que pueda haber en las Constituciones o leyes de los Estados” Por ello es un verdadero desatino de Moreira y asociados, que para eludir dicha norma, ahora pretendan reformar la Constitución Federal, enemistando a la opinión internacional contra nuestro país, la que vería en esa medida una triquiñuela para eludir los compromisos contraídos (JAMG).

SEÑOR DIRECTOR

Señor Director: La enfermedad del anonimato ha tomado carta de ciudadanía en nuestro medio y se ha convertido en un mal endémico. En la edición del 18/12/08 de este Semanario aparece un escrito que nuevamente oculta su autoría. ¿Acaso los editores se hacen responsable del mismo? El encabezado de “Comunicación Social”, no se sabe a ciencia cierta si corresponde al título del escrito o si se trata de la denominación de una entidad que se hace pasar como pública o tal vez se trate del nombre de una persona física, la señora Comunicación Social. Lo mismo acontece, si se observa su contenido, el cual es objetivamente imposible ubicarlo dentro de los géneros periodísticos, no se tiene la certeza si se trata de comunicado oficial, una gacetilla, o un panfleto, es decir “un escrito breve en prosa en tono polémico de carácter satírico o agresivo”. ¿Se trataba de informar a la ciudadanía sobre un acto oficial del gobierno municipal? A ello dedica unas cuantas líneas y en el resto de la plana sus afanes se centran, en tratar de refutar las imputaciones de un adversario político. Los argumentos en descargo son muy breves, pero luego como una forma de justificar las propias deficiencias en que se pudo haber incurrido, no duda en descalificar la actuación del Regidor Nápoles Sosa al que acusa de “aprovechar su relación partidista” para “beneficiar a una asociación civil”; de estar “devolviendo favores”, de “promocionarse para otra contienda electoral”, de “tener compromisos particulares”. Seguramente la ciudadanía hubiera apreciado más, se hubiese detallado una relación de las obras que realizó la administración municipal durante el primer año, de gobierno con expresión de ingresos y gastos. En todo caso, bien se pudo entablar la polémica en un comunicado independiente, a la manera de Ventaneando, en el que el papel de un Patricio Chapoy de la política, bien la pudo asumir un miembro del revolucionario institucional en defensa de sus correligionarios ahora en el poder y bajo la responsabilidad de su nombre. Es a todas luces impropio mezclar un comunicado oficial con una diatriba partidista. Tampoco la forma ayuda a borrar esa mala impresión, pues la nota aludida comienza en un tono impersonal y descriptivo: “se llevó a cabo la sesión solemne”, “se inició con un acto solemne”, “el presidente municipal dio inicio”, para luego emplear la tercera persona del plural “no dudamos” (que existan deficiencias), o el “informamos”, para luego usar la particularidad de la primera persona del singular, como si estuviera disertando una persona física (y no un posible representante de una persona colectiva): “le comento, regidor”, “no entiendo”, “lo invito”. ¿Quién será el “yo” que se oculta en dichas líneas? Por otra parte el relato de lo acontecido el sábado 13 en el llamado Auditorio Municipal también despierta un mundo de interrogantes. Al parecer las sesiones solemnes características de los informes de gobierno han abandonado la austeridad republicana propia de ese tipo de actos, y ahora no se sabe a ciencia cierta, si se han trasmutado en tertulias musicales o en actos para degustar bocadillos. Peor aún, hay quien pretende que la rendición cuentas de los funcionarios priístas sean un cenáculo exclusivo de los apóstoles tricolores, circunstancia que sólo puede prestarse a la autocomplacencia y las complicidades. De otra manera no se entiende la salida de tono de un orador que confundió un fasto oficial con una tribuna para el mitin callejero. Por simple cortesía elemental, se deberían haber ofrecido públicas disculpas a los invitados especiales, al representante del Gobernador del Estado y a todos los asistentes que militan en formaciones políticas diversas al de un ayatola fundamentalista, que arroja zapatos verbales al rostro de los huéspedes, en este caso, sin merecerlo. En último término, pero de no menor importancia, es muy poco elegante que en los comunicados supuestamente oficiales, ya sean escritos o en los perifoneos las propias autoridades insistan en autocalificarse como honorables, -el “H” o el “Honorable Ayuntamiento- lo cual es un verdadero despropósito. Habrá que recordar el famoso dicho: “alabanza en boca propia es vituperio”, y a éste se le define como “una acción que causa, oprobio, deshonra o baldón”. Insistir en la propia honorabilidad no hace sino despertar la suspicacia de los gobernados. Ya es hora que nuestros cabildos abandonen esa práctica inveterada y viciosa del autoelogio y se asuman simplemente en la dimensión jurídico-política que deben tener: el de ser nada menos, un Ayuntamiento constitucional, pero nada más. Atentamente. Jorge A. Mora G.

domingo, 21 de diciembre de 2008

MACHISMO Y POLÍTICA

El machismo constituye una forma de pensar y de actuar basada en una pretendida superioridad del hombre respecto de la mujer y en las supuestas cualidades viriles, como la fuerza. El machismo conlleva un sentimiento de inferioridad frente a los demás, por ello se tiene que hacer ostentación de la potencia sexual, la cantidad de dinero que se tiene, de la fortaleza y las habilidades sobrehumanas que poseen cuando se pelea a puño limpio, así como la actitud permanente de jamás evadir cualquier reto, ya sea sustentando una apuesta, o para ver quien aguanta más la ingesta de bebidas alcohólicas, y que se puede sintetizar en la expresión ya consagrada de: “nunca me rajo”. El machismo oscurece el discernimiento, es decir, la facultad de distinguir claramente las varias opciones que se le presentan a la propia conducta y las consecuencias dañosas que las acciones pueden acarrear, para sí o para los demás, pues la pasión ciega el entendimiento, el hígado se impone al cerebro. Por desgracia, es una ideología a la que mucho han contribuido a edificar las propias mujeres; desde las madres de familia que asignan a sus hijas el papel de sirvientas de sus hermanos, a quienes tienen que servirles de comer, zurcir sus prendas, lavarles y plancharles la ropa; por ello los señoritos se forjan la idea de que todo lo merecen por el hecho de ser varones y que sólo tienen la obligación de pavonearse frente a todo el mundo. El obligar a las hijas a que realicen todas esas actividades lleva implícita la idea de que las mujeres, por ser inferiores, tienen que servir a los hombres. En la etapa del noviazgo las mujeres hacen creer a los varones que son más inteligentes que ellas y tienden a concederles siempre la razón en sus propias discusiones o frente a los demás; soportan su mal humor, los celos inmerecidos, los regaños y hasta el maltrato físico. Ya en el matrimonio, además las deformaciones que se arrastran del noviazgo, las mujeres además deben soportar todo el trabajo del hogar, la crianza y la educación de los hijos, y muy frecuentemente, contribuir al gasto familiar laborando fuera de casa. Mientras que los varones no mueven un dedo en las tareas domésticas por el temor de ser tachados de “mandilones”. Pero el machismo trasciende la esfera familiar e impregna todas las relaciones sociales. En el trabajo todos los compañeros son unos “pendejos, inútiles y güevones”. A las compañeras, trabajadoras, a sus dependientes, a los más jóvenes o a quien tiene mayor necesidad del trabajo son tratados a punta de maldiciones, especialmente a “mentadas de madre”; lo que nuevamente revela el poco valor que se concede a las mujeres. El tener algún poder sobre otro incrementa el machismo, ya se trate de profesores, directores de escuela, burócratas, mayordomos, empleadores, patronos, policías, agentes judiciales, caciques regionales, diputados, gobernadores o presidentes municipales. Entonces, al machismo se suma la prepotencia, es decir el ejercicio de un poder que es superior al de otro, en especial cuando se hace alarde de él o se emplea de manera abusiva (Larousse). Por ello no es extraño que el edil de un pueblo vecino pueda mandar que a los adversarios políticos no se les poden los árboles que están frente a sus casas; y se lamenten por haberse dado mantenimiento, sin inadvertirlo, al camino que pasa por sus parcelas. Son decisiones autoritarias y sin apelación que hacen recordar a los ukases que emitían los antiguos zares de Rusia. En nuestro propio terruño, los representantes municipales también incurren en actos de prepotencia, tal vez condicionados por el sentimiento machista que impera en nuestro medio. El ingerir bebidas alcohólicas en la vía pública haciéndose acompañar de una banda estridente, después de que habían publicitado ampliamente la prohibición de hacerlo en el ámbito de la Plaza y la Parroquia durante las fiestas patronales, es un hecho que sólo puede interpretarse como una simple y llana ostentación del poder. Los funcionarios no pueden estar por encima de las normas que están obligados a cumplir, máxime si emanaron de su propia autoridad. Un Estado de Derecho existe cuando la ley se aplica a la universalidad de los sujetos previstos en los supuestos de las normas, sin distinción de personas (a unos sí y a otros no). “Todos somos iguales, pero habemos unos más iguales que otros”, parodiaría George Orwell en La rebelión en la Granja. Cuando los poderosos se consideran exentos de sujetarse a su propio ordenamiento legal, ¿con que autoridad moral podrán condenar su violación en lo sucesivo? El apoyo en la fuerza pública no basta para obtener la gobernabilidad, sino que debe apoyarse en el consenso de la población, en esto constituye la legitimidad y no sólo en el triunfo den las urnas. Que por lo demás, desde su origen estuvo empañado por actos de desacato a las reglas sobre culto público. En esa oportunidad, se argumentó que los hechos eran meramente coincidentales. Sin embargo la insistencia posterior de acompañar los actos oficiales con ceremonias y símbolos religiosos, parecieron dar la razón a los impugnadores. Seguramente la ciudadanía espera que no se convierta en un patrón de conducta el desacato a la ley de parte de los miembros de nuestro Cabildo (JAMG).

domingo, 14 de diciembre de 2008

Entre lo sagrado y lo profano

Las ferias provienen de la Alta Edad Media y tenían como objetivo el intercambio de los más variados productos entre varias comarcas de Europa, como la celebrada en la región de Champaña en el reino de Francia. Fueron en sus orígenes, grandes mercados regionales, una especie de Centrales de Abasto temporales, que funcionaban en fechas específicas, que en muchos casos coincidían con la de algún santo cristiano. En ellas tenían se llevaba a cabo una serie de festejos tanto de carácter profano como eclesiástico. Cuando llegaron los españoles al Nuevo Mundo, trajeron consigo esta tradición fuertemente condicionada por el signo religioso a causa de la militancia que ejercieron enfrentando a los moros de fe musulmana, durante los 800 años que duró la Reconquista. A su vez, los indígenas americanos imprimieron a las fiestas cristianas el sello específico de de su cultura; en el caso particular de México, el culto que rendían a sus antiguos dioses siempre se realizó en espacios abiertos mediante grandes procesiones y una liturgia centrada en el canto y la danza. Presionados para que se bautizaran sin la debida disposición y conocimiento, en los actos del culto cristiano nunca se estaba seguro si estaban destinadas a las divinidades traídas por los conquistadores o a las ancestrales que les eran propias. Las fiestas patronales de Yurécuaro, como las de otras muchas poblaciones mexicanas revelan esa doble herencia en la que aparecen mezclados lo español con lo indígena y evidencian, asimismo, el doble condicionamiento de su dimensión sagrada y los requerimientos del mundo profano. Como si se tratara todavía de la competencia entre los distintos barrios o calpulis prehispánicos, en las fiestas supuestamente religiosas campea el espíritu de ostentación y de competencia tanto en el adorno de las calles como en la fastuosidad de las procesiones donde cada vez se incrementa la participación de mariachis, bandas u orquestas; la proliferación de danzantes que mixtifican la herencia indígena; carros alegóricos en los que prevalece el número y la espectacularidad, sobre el mensaje que pretenden trasmitir; o que el mismo atrio parroquial lo conviertan en una verdadera discoteca. Igual que las ferias medievales, las de la Santa Patrona son ocasión inmejorable para que grandes y pequeños comerciantes puedan tener un beneficio económico. Las cofradías para recabar recursos con la venta de comida; los artesanos pirotécnicos quienes durante doce días nos recetan un número infinito de explosiones; los vendedores de comida, bebidas, golosinas, espectáculos, palenques, juegos mecánicos todos instalados en torno a la plaza de armas; una actividad que cada año brinda la oportunidad a la Hacienda municipal de tener ingresos no presupuestados.
La forma en que transcurren las fiestas patronales mueve a dos reflexiones, una en el ámbito profano, otra en el religioso. ¿Habrá un beneficio tangible para el municipio al autorizar la instalación de la Feria, precisamente en las avenidas aledañas a la Plaza de Armas en lugar de la explanada donde habitualmente se hacía? Una de las consecuencias indeseables de ello fue que los permisionarios de la feria emplazaran su campamento justo en la confluencia de las calles Carpio y Guerrero, con camiones o en sus carpas que hacen las veces de casa habitación, y donde las señoras realizan actividades propias del hogar, lavando ropa, fregando trastes y arrojando a la banqueta toda clase de detritos. Ahora bien, es obvio que los permisionarios de la feria, que por la naturaleza propia de su actividad laboral se ven obligados a una constante trashumancia y vivir en condiciones muy precarias; que es de justicia que las personas puedan ejercer el trabajo, profesión u oficio que les acomode, siendo lícitos; que ésta es una facultad limitada sólo por los derechos de terceros y que no se perturbe el orden público; que las autoridades en turno estén en condiciones de recabar mayores impuestos, los que seguramente emplearán en beneficio de la población; pero ¿acaso no podían haber instalado su campamento en algún terreno baldío cercano evitándole así a los vecinos un sinfín de molestias? Por su parte, en el ámbito religioso, las modalidades que han asumido nuestras festividades, mueven a reflexionar sobre el antiguo pensamiento de los profetas, que en otras épocas externaron su condena a quienes pretendían estar en regla con Dios, cumpliendo solamente con ciertos ritos cultuales. Porque yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios más que holocaustos (Os 6:6). Por cuanto ese pueblo se me ha allegado con su boca y me han honrado con sus labios, mientras que su corazón está lejos de mí (Is 29: 13). ¿A qué traerme incienso de Seb y canela fina de país remoto? Ni vuestros holocaustos me son gratos, ni vuestros sacrificios me complacen (Jr 6:20). Si hambre tuviera, no habría de decírtelo, porque mío es el orbe y cuanto encierra. ¿Es que voy a comer carne de toros o a beber sangre de machos cabríos? (Sal 50:12s). ¡Aparta de mi lado la multitud de tus canciones, no quiero oír la salmodia de tus arpas! ¡Que fluya, sí el juicio como agua y la justicia como arroyo perenne! (Am 5: 23s). El sacrificio a Dios es un espíritu contrito (Sal 51: 19). Si esos profetas vivieran ahora, tal vez, harían sus reflexiones sobre el aroma de la pólvora y la explosión de los cohetes; el tañer de las campanas, el estruendo del mariachi, las galas de los carros, las luces de la disco parroquial y la ausencia de solidaridad social (JAMG).

viernes, 5 de diciembre de 2008

Un cazador furtivo

La sección de El chistorete de la semana insiste en trasmitir, bajo el pretexto del humor, la ideología más retardataria. No obstante que en el Directorio de este periódico se pone la leyenda “el contenido de los artículos son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión del Semanario”, como la mayoría de ellos se escudan en el anonimato, nadie asume la responsabilidad y parece que responden a la línea editorial del mismo. Ya en una columna anterior se transcribió un “chistorete” que revelaba, entre otras muchas aversiones, una fobia hacia los homosexuales masculinos y tenía como objetivo ridiculizar a los simpatizantes del PRD. La publicación del 27 de noviembre tiene como objetivo soterrado el denigrar a las feministas (todas) a las que implícitamente califica de lesbianas, revelando nuevamente gran intolerancia sobre la libre preferencia sexual de los individuos y de paso calificar como “pendejas” a las mujeres, por abrirse paso en el mundo de los varones. En esa oportunidad, como ahora, se vuelve ineludible hacer el deslinde correspondiente. Hoy, la sección de marras transcribe unas supuestas “Confesiones de una mujer moderna” que a todas luces revelan una mentalidad reaccionaria y machista. Con vocablos propios de la madre patria aderezadas con palabras vernáculas tales como: “Quién fue la bruja imbécil, la matriz de las feministas que tuvo la puta idea de reivindicar los derechos de la mujer”, “hasta que vino un pendejita, seguro lesbiana, la cabrona a la que no le gustaba el corpiño (¿?)” “Y vino a contaminar… con ideas raras sobre 'vamos a conquistar nuestro espacio'. Qué espacio, ni que la chingada”, “¿nuestro espacio? ¡Mis tetas!”; “Si nosotras ya sabíamos que teníamos un cerebro y que lo podíamos usar (¿?) ¿Para que chingados había que demostrárselo a ellos?”. El artículo del viernes pasado supuestamente pretende reivindicar el “tiempo de nuestras abuelas”, que “se pasaban todo el día bordando, intercambiando recetas con sus amigas, enseñándose mutuamente secretos de condimentos, trucos, remedios caseros…”. Y para eludir el reproche que con justeza se puede hacer al tipo de vida patriarcal, donde la mujer debe ser sumisa e ignorante, la “autora”, pretende argumentar que dichas señoras también se la pasaban “leyendo buenos libros de las bibliotecas de sus maridos”. Como se puede apreciar, los saberes deben ser pertenencia de los varones, quienes graciosamente los podrán conceder a las esposas. Es la misma rancia ideología de los refranes de siglos pasados, que revelan en su justa dimensión la distorsión de los valores: “la mujer en sus quehaceres, para eso son las mujeres”; “mujer que sabe latín ni encuentra marido, ni puede tener buen fin”, “la mujer en la casa y el hombre en la plaza”. Aunque por otro lado, sería motivo de gran admiración que en nuestro medio todos los esposos tuvieran bibliotecas con “buenos libros” disponibles. Luego nos endilga una visión nostálgica y pequeño burguesa de la vida: “teníamos servidumbre (es decir, criadas), las telenovelas, el club, ¡Cuantas horas de paz nos trajeron la tecnología y las chachas!” Nótese el acento clasista con el que se designa a las trabajadoras domésticas y como la pretendida lectura de los “buenos libros” no hizo mella en su conciencia, que concibe la felicidad en el “tener cosas” y no en el ser mejores. “Si ya teníamos la casa entera. Todo el ¿----? Barrio era nuestro, el mundo a nuestros pies”. “Teníamos el dominio completo sobre los hombres; ellos dependían de nostras para comer, para vestirse y para hacerse ver bien (sic) delante de sus amigos”. Es la misma lógica enajenada del esclavo que se complace por estar sujeto a una cadena dorada e imagina que faltándole él, su amo moriría de hambre. La “autora” cae en la incongruencia, pues las “señoras tradicionales” siempre echaron en cara a las feministas un supuesto afán de “dominar a los hombres” y ahora nos revela que ese destino obedece a una especie de orden natural. También concibe a la vida como una contienda sexista: “las mujeres no trabajábamos y no había en sus oficinas ninguna vieja buenísima, con un cuerpazo de tentación, divorciada o separada tratando de vivir y ganarse el pan. Y ahora… ¿Donde chingados están ellos? ¡Claro! Andan tras esas buenotas de su oficina y la competencia está muy cabrona. Ahora ellos están confundidos, no saben que papel desempeñan en la sociedad. (Nótese como se proyecta en el otro, la falla propia) Huyen de nosotras…”. “No aguanto más ser obligada al ritual diario de estar flaca como una escoba, pero con tetas y el culo duros, para lo cual tengo que meterme al gimnasio, además de morir de hambre ponerme hidratantes, antiarrugas …”. Es el mismo razonamiento viciado de pretender satisfacer a sus eternos demandantes, los amos varones, aunque ahora bajo la dimensión cosmética, lo que nos lleva a concluir que la visión idílica que nos querían vender, del universo tradicional de “nuestras abuelas” no era tan venturoso, cuando se admite que los hombres demandan otro tipo de gratificaciones fuera de casa. “Estamos pagando el precio por estar siempre en forma, sin estrías, depiladas, sonrientes, perfumadas, uñas perfectas, sin hablar del currículum impecable, lleno de diplomas, doctorados y especialidades… (Nueva contradicción)… y si tienes hijos… aparte de ser flaca y moderna, también tienes que ser madre, amiga, psicóloga, doctora, maestra, llevarlos a la escuela, al ballet, al karate, hacer la tarea…” Entonces el problema no estribaba en que las feministas lucharan por reivindicar los derechos de las mujeres, para que éstas pudieran trabajar como los hombres, sino lo que subyace en el fondo de ese movimiento, como en el sentir de las “mujeres modernas insatisfechas”, es precisamente hacer conciencia de que el rol de las mujeres no es el de una especie de sierva doméstica o de esclava sexual, sino que ambos géneros deben luchar por la superación conjunta, lo que demanda el compartir las cargas de trabajo y las responsabilidades que acarrea la vida en común (JAMG).