domingo, 14 de septiembre de 2008

Laicismo o teocracia

A partir de las revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII el campo de acción de las personas quedó dividido en dos esferas independientes; la pública, propia de los ciudadanos en tanto integrantes de un Estado y la privada específica de los individuos como tales. La dimensión religiosa quedó confinada a esta última. El Estado laico tiene la obligación de mantener la religión en el ámbito privado que le corresponde. El Estado laico moderno no hace suya una determinada religión, ni la protege, ni se inspira en ella, ni las impone a la fuerza. En una sociedad democrática cada uno tiene derecho a la religión, pero nadie tiene el deber de compartir la religión de la mayoría de la sociedad. En un Estado laico se excluye a las iglesias del ejercicio del poder político y administrativo. Pero a la vez, reconoce y promueve el derecho fundamental de libertad religiosa, de tal manera que los individuos pueden organizar sus vidas de acuerdo a sus convicciones religiosas o ateas (agnósticas) en público y en privado.
Dos hechos de la presente administración municipal parecen contradecir el espíritu del laicismo que ha normado en México la conducta gubernamental en los últimos 140 años. La publicación en este Semanario (28/08/08) de una gacetilla oficial en que se da cuenta de la bendición que impartió el presbítero Caravez a las nuevas motocicletas de la policía en el mismísimo patio central de la Presidencia Municipal; así como la inclusión en el Bando Solemne del Mes Patrio de los “Eventos culturales y religiosos a cargo de la Parroquia de la Purísima Concepción” que se celebrarán el día 12 y que culminarán con la “entrega de reconocimientos por parte de la Parroquia” a los carros alegóricos” y a las señoritas engalanadas con trajes regionales.
“En política, la forma es fondo”, según la frase visionaria de Reyes Heroles. Y los actos políticos no suceden por casualidad. Todo hace suponer una especie de revancha a la sentencia del que dictó el Tribunal Electoral del Estado de Michoacán (8/12/07) declarando la nulidad de la elección del Ayuntamiento de esta ciudad, porque el partido triunfador, utilizó imágenes religiosas en su propaganda. Ahora que la planilla impugnada se convirtió en gobierno, gracias a un triunfo indiscutido en los comicios extraordinarios asume posturas que no son convenientes para la sana convivencia nuestra comunidad. Por una parte, revelarían un afán de revancha con un dejo de autoritarismo, ya que apoyándose en el poder real que ahora se tiene, se ejecuta actos en contra del tenor de las leyes, en este caso particular de los artículos 24 y 130 constitucionales. Mientras que a nivel nacional sectores de la jerarquía eclesiástica luchan por adquirir mayor poder social, bienestar económico a cargo del erario público y hacerse de nuevo del monopolio educativo, cualquier actuación de la autoridad civil que mezcle el gobierno espiritual con el temporal parece un gran despropósito.
Por esa vía se estaría promoviendo el regreso de épocas ya superadas en las que la Iglesia ostentaba un monopolio religioso y asumía una intolerancia militante en contra de cualquier práctica diferente a la suya, y cuando ninguna manifestación social, cultural y educativa escapaba a su influjo. Tal vez se añora la época en que la Iglesia era la mayor detentadora de tierras y quien tenía en exclusiva el servicio de la banca y el crédito; cuando los diezmos se hacían efectivos mediante el apremio judicial o en el que se impedía inhumar en los “camposantos” a quienes consideraban pecadores irredentos, a los que no profesaban la religión católica o que no podían cubrir los derechos parroquiales; cuando en sus registros se infamaba a seres inocentes desde su nacimiento con los calificativos de bastardo, adulterino o sacrílego.
Por otra parte, más grave sería que una autoridad esté convencida de que puede actuar sin sujetarse al ordenamiento jurídico vigente, porque puede caer en la tentación de incurrir en mayores excesos. Bien podría, con esa misma motivación, el día de mañana, expropiar bienes del dominio privado sin fundamento y la correspondiente indemnización; o dejar impunes delitos cometidos por sus amigos y aliados políticos. (JAMG).

domingo, 7 de septiembre de 2008

Un gatopardo tricolor

La semana pasada en la 20 Asamblea Nacional del PRI celebrada en la ciudad de Aguascalientes en escasos 25 minutos y con dispensa de lectura 4,500 delegados aprobaron sin discutir las reformas a su Programa de Acción, Declaración de Principios y Estatutos. Se bajaron del caballo de la Revolución para subirse al tren de la Socialdemocracia. A la manera de la novela El gatopardo de Tomasi di Lampedusa: se cambia todo, para que todo siga igual.
La socialdemocracia supuestamente busca reformar el capitalismo tecnocrático mediante la regulación estatal a través de programas y organizaciones patrocinadas por el Estado que eliminen o al menos alivien las injusticias del sistema capitalista. Sin embargo, los políticos de este signo han abandonado el tránsito de la sociedad capitalista a una sociedad igualitaria, pues en los países que llegan a gobernar, el capitalismo salvaje continúa desarrollándose en detrimento de las capas sociales más desfavorecidas. Díganlo si no, las gestiones de Felipe González y Rodríguez Zapatero en España, Tony Blair en Inglaterra, Michelle Bachelet en Chile o Alan García en Perú.
Con anterioridad, en su Declaración de Principios el PRI se asumía como “un partido nacionalista, democrático y popular” (Art. 2); para el que “la justicia es principio objetivo y prioritario” (Art. 6); y como “la justicia social parte de la noción integral de la democracia, por ello se opone a la acumulación de la riqueza en pocas manos, a los monopolios y la tiranía insensible del mercado” (Art. 8). Tan nacionalista como la iniciativa petrolera de Beltrones; o la democracia que practica Ulises Ruiz; la justicia prioritaria que promueve El Gober Precioso; la oposición a la acumulación de riquezas, que personifican Arturo Montiel, Romero Deschamps y Elba Ester Gordillo; o la oposición ante los monopolios de Emilio Gamboa Patrón “Va pa' atrás papá”, por mencionar sólo unos casos. El reproche más significativo que se le formula al PRI es que en sus acciones priva el pragmatismo sobre los principios; el logro político sobre cualquier otro tipo de consideraciones. Por eso, la contradicción entre los principios y las acciones que encarnan sus militantes, para ellos, se convierte en mera anécdota.
Estando en puerta la discusión en el Congreso de la mal llamada reforma energética, la paralela del PRI, despertó la suspicacia de que pretendían desembarazarse de unos dogmas molestos que impedían rematar a PEMEX. El recelo se acrecentó porque en esta ocasión dejaron fuera la tesis que postularon en su Asamblea 19, en el sentido de oponerse a cualquier privatización de la industria petrolera. Aseguraron, no obstante, haber ratificado los postulados de la antigua Declaración de Principios, de que el petróleo y la energía eléctrica en tanto industrias estratégicas deben seguir siendo propiedad de la Nación (Art. 36); y de que el dominio directo de los recursos naturales del subsuelo corresponde originaria, inalienable e imprescriptible a la Nación (Art. 35) y se comprometen a mantener una nación libre y soberana (Art. 48). Dada su trayectoria, no sería extraño que a la hora de votar, los priístas afirmen que no se está “privatizando” a PEMEX y aprueben su fragmentación en varias empresas desconcentradas, que gracias a las facultades concedidas al nuevo Consejo de Administración, sean desincorporados organismos de carácter estratégico para dejarlos en manos de las trasnacionales (Art. 19 de la propuesta de ley de Beltrones).
En aras de la disciplina partidista y de la supuesta institucionalidad, los comités municipales y estatales del PRI ¿estarán dispuestos a secundar una iniciativa que copia 28 de los 49 artículos de la propuesta del PAN? ¿Se prestarán a que se despoje a la Nación de la última riqueza que le queda, sólo para que un individuo con un oscuro pasado sea candidato a la presidencia de la República? ¿Estarán dispuestos a echar al basurero de la Historia los últimos escrúpulos nacionalistas que enarbolaron durante 70 años y que apuntalan todavía su desfalleciente legitimidad? De hacerlo, oficiarían su harakiri que, a diferencia del antiguo ritual japonés, no sería por motivos de honor. (JAMG).