domingo, 7 de septiembre de 2008

Un gatopardo tricolor

La semana pasada en la 20 Asamblea Nacional del PRI celebrada en la ciudad de Aguascalientes en escasos 25 minutos y con dispensa de lectura 4,500 delegados aprobaron sin discutir las reformas a su Programa de Acción, Declaración de Principios y Estatutos. Se bajaron del caballo de la Revolución para subirse al tren de la Socialdemocracia. A la manera de la novela El gatopardo de Tomasi di Lampedusa: se cambia todo, para que todo siga igual.
La socialdemocracia supuestamente busca reformar el capitalismo tecnocrático mediante la regulación estatal a través de programas y organizaciones patrocinadas por el Estado que eliminen o al menos alivien las injusticias del sistema capitalista. Sin embargo, los políticos de este signo han abandonado el tránsito de la sociedad capitalista a una sociedad igualitaria, pues en los países que llegan a gobernar, el capitalismo salvaje continúa desarrollándose en detrimento de las capas sociales más desfavorecidas. Díganlo si no, las gestiones de Felipe González y Rodríguez Zapatero en España, Tony Blair en Inglaterra, Michelle Bachelet en Chile o Alan García en Perú.
Con anterioridad, en su Declaración de Principios el PRI se asumía como “un partido nacionalista, democrático y popular” (Art. 2); para el que “la justicia es principio objetivo y prioritario” (Art. 6); y como “la justicia social parte de la noción integral de la democracia, por ello se opone a la acumulación de la riqueza en pocas manos, a los monopolios y la tiranía insensible del mercado” (Art. 8). Tan nacionalista como la iniciativa petrolera de Beltrones; o la democracia que practica Ulises Ruiz; la justicia prioritaria que promueve El Gober Precioso; la oposición a la acumulación de riquezas, que personifican Arturo Montiel, Romero Deschamps y Elba Ester Gordillo; o la oposición ante los monopolios de Emilio Gamboa Patrón “Va pa' atrás papá”, por mencionar sólo unos casos. El reproche más significativo que se le formula al PRI es que en sus acciones priva el pragmatismo sobre los principios; el logro político sobre cualquier otro tipo de consideraciones. Por eso, la contradicción entre los principios y las acciones que encarnan sus militantes, para ellos, se convierte en mera anécdota.
Estando en puerta la discusión en el Congreso de la mal llamada reforma energética, la paralela del PRI, despertó la suspicacia de que pretendían desembarazarse de unos dogmas molestos que impedían rematar a PEMEX. El recelo se acrecentó porque en esta ocasión dejaron fuera la tesis que postularon en su Asamblea 19, en el sentido de oponerse a cualquier privatización de la industria petrolera. Aseguraron, no obstante, haber ratificado los postulados de la antigua Declaración de Principios, de que el petróleo y la energía eléctrica en tanto industrias estratégicas deben seguir siendo propiedad de la Nación (Art. 36); y de que el dominio directo de los recursos naturales del subsuelo corresponde originaria, inalienable e imprescriptible a la Nación (Art. 35) y se comprometen a mantener una nación libre y soberana (Art. 48). Dada su trayectoria, no sería extraño que a la hora de votar, los priístas afirmen que no se está “privatizando” a PEMEX y aprueben su fragmentación en varias empresas desconcentradas, que gracias a las facultades concedidas al nuevo Consejo de Administración, sean desincorporados organismos de carácter estratégico para dejarlos en manos de las trasnacionales (Art. 19 de la propuesta de ley de Beltrones).
En aras de la disciplina partidista y de la supuesta institucionalidad, los comités municipales y estatales del PRI ¿estarán dispuestos a secundar una iniciativa que copia 28 de los 49 artículos de la propuesta del PAN? ¿Se prestarán a que se despoje a la Nación de la última riqueza que le queda, sólo para que un individuo con un oscuro pasado sea candidato a la presidencia de la República? ¿Estarán dispuestos a echar al basurero de la Historia los últimos escrúpulos nacionalistas que enarbolaron durante 70 años y que apuntalan todavía su desfalleciente legitimidad? De hacerlo, oficiarían su harakiri que, a diferencia del antiguo ritual japonés, no sería por motivos de honor. (JAMG).

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