domingo, 31 de agosto de 2008

El beneficio común

A lo largo del tiempo, los valores que guiaron las acciones de nuestras autoridades municipales al emprender las obras de públicas (además de la promoción política personal), parecieron dar prioridad a la estética y el lucimiento sobre la funcionalidad y la utilidad pública. Así en la remodelación del perímetro exterior de la unidad deportiva, que ahora han dado por llamar “Benjamín Mora” se tiraron una veintena de árboles centenarios de distinta especie que eran parte del ecosistema de esa zona, para plantar solamente ficus, nuevos y uniformes: la estética contra el medio ambiente. También la acera del bulevar del oriente se construyó para facilitar el tránsito peatonal, tanto de vecinos como de las numerosas personas que hacen ejercicio por las mañanas, pero se colocaron adoquines bicolores en lugar de utilizar solo concreto, más fácil de aplicar y de menor costo. Sin embargo su superficie rugosa y los numerosos “columpios” hacen poco práctico caminar sobre ella, dando como resultado que todos utilicen el arroyo para caminar. La estética contra la funcionalidad. Sin duda hay casos en que esos valores deben ser invertidos. La Plaza de Armas es un lugar en donde confluyen las actividades, tanto cívicas como religiosas. En su vecindad con el templo de La Purísima el zócalo se eleva hasta 60 centímetros respecto del nivel de la calle haciendo necesario su acceso mediante un conjunto de escalones. Sin embargo el tránsito por las esquinas del norte se ha vuelto poco menos que imposible. Obstruidas con cadenas supuestamente para impedir el paso de los coches, pero que no arredran a ciclistas y motoristas, quienes invadan con total frescura la zona ampliada los domingos para el tránsito exclusivamente peatonal. En Guerrero e Insurgentes agrava esta situación los puestos de frituras, cacahuates y carros con pan, que no obstante su naturaleza movible, en la práctica son permanentes; así como la instalación de caballetes de pintura de una escuela infantil. En Guerrero y Negrete, a la cadena contra los autos se añade ahora el cercado del estacionamiento de las ambulancias y carros de hot dogs y puestos de alimentos. En esta circunstancia, tanto ancianos como mujeres y niños se ven en la necesidad de practicar el alpinismo subiendo como Dios les da a entender a la mitad de la plataforma la plaza apoyándose en el respaldo de las bancas. Si la hacienda municipal está tan urgida de fondos como para no poder prescindir de las contribuciones de esos vendedores ambulantes, bien podría ubicarlos a lo largo de la calle y no precisamente en las esquinas. A menos de que existan entre ellos compromisos políticos o clientelares. En este caso se podrían acondicionar unos pequeños escalones a lo largo del perímetro de la plaza, entre las bancas. Aquí se justificaría el triunfo de la funcionalidad sobre la estética, que por otra parte no deja de ser subjetiva; no olvidemos que el sello distintivo de nuestros templos indígenas era el de ser pirámides escalonadas.
Para ubicar el problema en su justa dimensión se debe tener presente que nuestro municipio tiene unos 26,000 habitantes, si de éstos el 15% son mayores de 60 años y posiblemente el 80% de ellos viven en la cabecera, entonces tendremos una población estimada de al menos tres mil vecinos de la tercera edad. Los cuales batallan cada día para desplazarse por los espacios públicos que fueron construidos sin orden ni concierto. Sobre todo nuestras aceras evidencian como el interés particular y egoísta prevaleció sobre el beneficio comunitario. Cortadas a tajo y alturas variadas para permitir el acceso fácil a cada una de las cocheras, obligan a nuestros ancianos a elegir entre dos extremos igualmente nefastos: caminar a mitad de la calle exponiéndose a ser atropellados o hacerlo por las banquetas con el riesgo de sufrir una fractura de cadera, como ha ocurrido con bastante frecuencia. Es evidente que una renovación total de esos bienes de uso común pudiera exceder el presupuesto municipal para obras públicas, pero bien se podían ir modificando paulatinamente esos tremendos peldaños, suavizándolos mediante rampas de 15 grados, al ritmo de una o dos calles por año.

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