lunes, 18 de abril de 2011

LA LEVEDAD DEL SER

Le llamaban Barañas. Espigado y de estatura mayor que el promedio. Esbelto en su juventud, lucía una cara abotagada por la ingesta alcohólica. Tenía la cara picada de viruela; los ojos pequeños y redondos. Trabajaba de mozo ocasional en los almacenes de ropa y de lavacoches. Bailarín de fama en las casas non sanctas a pesar de que tenía cubrir la ficha.
Duraba largas temporadas en estado de ebriedad, en las que dejaba el trabajo, por lo que se dedicaba a mendigar para mantener su nivel de alcoholemia y evitar el síndrome de abstinencia, allá por los 60's.
Un buen día llegó en completo abandono a pedirle una feria a uno de sus antiguos patrones del que había sido fiel escudero, cuarenta años atrás, en los viajes que éste realizaba a Ayotlán para ver a la novia; quien al verlo en un estado tan lamentable le recriminó:
-Mira como andas, te vas a morir.
En su descargo el interfecto argumentó:
-A que usted, jefe. Se murió el Papa, que no se muera Barañas.
En medio de los vapores etílicos, y así fuera para justificar su triste condición, su mente enajenada, logró enunciar una certeza metafísica: todos los humanos son seres finitos. Pues, no hacía mucho que había pasado a mejor vida Juan XXIII, el Pontífice más cristiano de los de los últimos siglos; el que en su corta estancia de cinco años en el Vaticano, se esforzó por cambiar a una Iglesia anquilosada.

UN ORTODOXO MILITANTE.- Pertenecía a esa categoría de individuos con temperamentos irascibles, que transitan por la vida maldiciendo, para desahogar las frustraciones y amarguras de la existencia. Miembro de una larga lista de aquellos que la gente calificaba como renegados, en mayor o menor grado: Jesús García, esposo de Toñita Vega, que vendía loza de barro a un lado de la gasolinería del Centro; Pancho Coronado, el panadero; Eleno Curiel, hacendado de San José; el Diablo Mayor del camino a Tanhuato; Salvador Guzmán, El Ojalá(tero) . Entre todos destacaba Atanasio Ávalos, cuya condición maldiciente se incrementaba en grado superlativo cuando andaba en estado etílico.
Los pelafustanes de los años 50's excitaban su ya de por sí condición irascible y maldiciente al gritarle: ¡Galileo… Comunista! Obviamente desde lejos, para evitar un bastonazo o una buena pedrada. Pero no escapaban a un torrente de insultos, que les barrían a ellos y a sus progenitoras hasta la cuarta generación, con tal abundancia y sonoridad de adjetivos que a esa sociedad pueblerina y conservadora, le parecía que brotaban del mismo infierno.
Habrá que considerar que Nazario, aunque dipsómano, era cristiano viejo, miembro de una familia apegada a la iglesia, y no podía recibir un insulto mayor que el ser asimilado a los galileos, es decir a los judíos, que el antisemitismo de siglos ha etiquetado como los asesinos de Cristo, cuando en realidad quienes le dieron muerte fueron los romanos. De igual manera, para la gente sencilla, comunista, protestante o masón era una sola y la misma cosa, sin diferencias o matices ideológicos: todos en uno, enemigos de la religión. Por eso Don Atanasio, aunque alcoholizado y que buscaba vengar su dignidad herida a través de sus insultos, en el fondo daba un testimonio de su ortodoxia inquebrantable.

LA INOCENCIA INTERRUMPIDA.- Todo el mundo lo conocía como El Niño de L'isla. Seguramente porque era originario de esa ranchería cercana a Santa Rita, donde antaño se cultivaban las mejores cañas de azúcar de la región y que traían en tercios hasta las esquinas principales del Centro, donde la gente las consumía tirando por doquier tanto los bagazos como su corteza.
El Niño era un hombre, moreno y delgado. Siempre descalzo, pantalón de pechera y mezclilla, la camisa desfajada o hecha girones, el cabello lacio, sucio, parado de punta. Por su fisonomía y el color de su piel, con sus ojos grandes como platos bien habría podido pasar por un monje hindú que por motivos religiosos se hubiera transformado en paria.
Se le llamaba niño, porque en el habla comedida de antes, se designaba con ese nombre a las personas que no se les desarrolló suficientemente la inteligencia. Contaban las abuelas, que individuos sin escrúpulos, por divertirse, lo habían inducido desde muy joven a tomar alcohol, impidiendo, aún más, la expansión de su mente y que pudiera relacionarse en forma positiva con la sociedad. Estando sobrio hacía de mandadero en la fonda de Las Chuchas, pero cuando la prolongada ingesta etílica, consumía sus escasos haberes, mendigaba unas monedas, que al serle negadas le hacía llorar como si fuera un infante de pocos años.
A pesar de que era mudo, su espíritu infantil lo impulsaba su a pedir dinero en forma desenvuelta, falto de inhibiciones, que unido a su aspecto desliñado, causaba pavor en la chiquillería. Más de alguna mamá asustó a sus hijos, amenazándoles, que de no portarse bien se los llevaría El niño de L'Isla.
Heredaban así, la repulsión por un semejante al que la crueldad de la gente y la imposibilidad para enfrentar las discapacidades, convierten a seres humanos desvalidos e inocentes en simples objetos; útiles, sólo para las burlas sangrientas, que llevadas al extremo se transforman en verdaderos crímenes, sobre todo de quienes tienen extraviada la mente, como ocurrió en otros tiempos en esta ilustre ciudad con Don Atanasio Salcedo, al que le prendieron fuego (JAMG).