domingo, 21 de diciembre de 2008

MACHISMO Y POLÍTICA

El machismo constituye una forma de pensar y de actuar basada en una pretendida superioridad del hombre respecto de la mujer y en las supuestas cualidades viriles, como la fuerza. El machismo conlleva un sentimiento de inferioridad frente a los demás, por ello se tiene que hacer ostentación de la potencia sexual, la cantidad de dinero que se tiene, de la fortaleza y las habilidades sobrehumanas que poseen cuando se pelea a puño limpio, así como la actitud permanente de jamás evadir cualquier reto, ya sea sustentando una apuesta, o para ver quien aguanta más la ingesta de bebidas alcohólicas, y que se puede sintetizar en la expresión ya consagrada de: “nunca me rajo”. El machismo oscurece el discernimiento, es decir, la facultad de distinguir claramente las varias opciones que se le presentan a la propia conducta y las consecuencias dañosas que las acciones pueden acarrear, para sí o para los demás, pues la pasión ciega el entendimiento, el hígado se impone al cerebro. Por desgracia, es una ideología a la que mucho han contribuido a edificar las propias mujeres; desde las madres de familia que asignan a sus hijas el papel de sirvientas de sus hermanos, a quienes tienen que servirles de comer, zurcir sus prendas, lavarles y plancharles la ropa; por ello los señoritos se forjan la idea de que todo lo merecen por el hecho de ser varones y que sólo tienen la obligación de pavonearse frente a todo el mundo. El obligar a las hijas a que realicen todas esas actividades lleva implícita la idea de que las mujeres, por ser inferiores, tienen que servir a los hombres. En la etapa del noviazgo las mujeres hacen creer a los varones que son más inteligentes que ellas y tienden a concederles siempre la razón en sus propias discusiones o frente a los demás; soportan su mal humor, los celos inmerecidos, los regaños y hasta el maltrato físico. Ya en el matrimonio, además las deformaciones que se arrastran del noviazgo, las mujeres además deben soportar todo el trabajo del hogar, la crianza y la educación de los hijos, y muy frecuentemente, contribuir al gasto familiar laborando fuera de casa. Mientras que los varones no mueven un dedo en las tareas domésticas por el temor de ser tachados de “mandilones”. Pero el machismo trasciende la esfera familiar e impregna todas las relaciones sociales. En el trabajo todos los compañeros son unos “pendejos, inútiles y güevones”. A las compañeras, trabajadoras, a sus dependientes, a los más jóvenes o a quien tiene mayor necesidad del trabajo son tratados a punta de maldiciones, especialmente a “mentadas de madre”; lo que nuevamente revela el poco valor que se concede a las mujeres. El tener algún poder sobre otro incrementa el machismo, ya se trate de profesores, directores de escuela, burócratas, mayordomos, empleadores, patronos, policías, agentes judiciales, caciques regionales, diputados, gobernadores o presidentes municipales. Entonces, al machismo se suma la prepotencia, es decir el ejercicio de un poder que es superior al de otro, en especial cuando se hace alarde de él o se emplea de manera abusiva (Larousse). Por ello no es extraño que el edil de un pueblo vecino pueda mandar que a los adversarios políticos no se les poden los árboles que están frente a sus casas; y se lamenten por haberse dado mantenimiento, sin inadvertirlo, al camino que pasa por sus parcelas. Son decisiones autoritarias y sin apelación que hacen recordar a los ukases que emitían los antiguos zares de Rusia. En nuestro propio terruño, los representantes municipales también incurren en actos de prepotencia, tal vez condicionados por el sentimiento machista que impera en nuestro medio. El ingerir bebidas alcohólicas en la vía pública haciéndose acompañar de una banda estridente, después de que habían publicitado ampliamente la prohibición de hacerlo en el ámbito de la Plaza y la Parroquia durante las fiestas patronales, es un hecho que sólo puede interpretarse como una simple y llana ostentación del poder. Los funcionarios no pueden estar por encima de las normas que están obligados a cumplir, máxime si emanaron de su propia autoridad. Un Estado de Derecho existe cuando la ley se aplica a la universalidad de los sujetos previstos en los supuestos de las normas, sin distinción de personas (a unos sí y a otros no). “Todos somos iguales, pero habemos unos más iguales que otros”, parodiaría George Orwell en La rebelión en la Granja. Cuando los poderosos se consideran exentos de sujetarse a su propio ordenamiento legal, ¿con que autoridad moral podrán condenar su violación en lo sucesivo? El apoyo en la fuerza pública no basta para obtener la gobernabilidad, sino que debe apoyarse en el consenso de la población, en esto constituye la legitimidad y no sólo en el triunfo den las urnas. Que por lo demás, desde su origen estuvo empañado por actos de desacato a las reglas sobre culto público. En esa oportunidad, se argumentó que los hechos eran meramente coincidentales. Sin embargo la insistencia posterior de acompañar los actos oficiales con ceremonias y símbolos religiosos, parecieron dar la razón a los impugnadores. Seguramente la ciudadanía espera que no se convierta en un patrón de conducta el desacato a la ley de parte de los miembros de nuestro Cabildo (JAMG).

No hay comentarios: