sábado, 17 de enero de 2009

Los atavismos del barrio

Max Weber (1864-1920), uno de los pilares de la Sociología, consideraba que en el mundo occidental se había dado un proceso de racionalización capitalista, cuya finalidad fue la de organizar las actividades de la vida para darles mayor eficiencia y rendimiento y así maximizar el lucro y la ganancia. Para ello se fomentó la ética del ahorro, la acumulación de bienes, la tecnología, la secularización y la burocratización del poder. El pensador alemán concebía que la aceptación del dominio de unos cuantos, sobre el resto de la comunidad, es decir la legitimación, en el tránsito a la modernidad, había adoptado tres modalidades, generalmente sucesivas: carismática, tradicional y racional-burocrática. La primera se apoya en las cualidades sobrehumanas de una persona: la santidad, el heroísmo o su vida ejemplar, así como en los ordenamientos por ella creadas o reveladas. Como ejemplo de ella se podría mencionar a Mahatma Gandhi o Mahoma. La legitimación tradicional se afianza en la creencia de tradiciones venerables que rigen desde tiempos lejanos y por el virtuosismo de los señalados para ejercer la autoridad, como sucedía con los monarcas y la aristocracia del siglo XVII o los hacendados de la época porfiriana. La legitimación racional-burocrática descansa en la creencia de la legalidad de los ordenamientos y de las facultades para mandar de quienes están facultados para ejercer la autoridad. Así, todo Derecho se establece con arreglo a fines o valores, con la pretensión de que será respetado por los miembros de la comunidad. Un orden impersonal de reglas generales y abstractas, mediante las cuales el gobernante típico ordena y manda, pero también obedece y orienta sus acciones. Por otra parte, en términos biológicos se entiende por atavismo la reaparición de ciertos caracteres procedentes de un antepasado que no se habían manifestado en las generaciones intermedias; p. ej., el pelo rojizo de un individuo, como herencia genética de un bisabuelo y que no fue compartido por su padre ni su abuelo. En sentido figurado se entiende por atavismo los instintos heredados o las costumbres ancestrales. Así los cronistas radiofónicos argentinos, calificaban de “atavismo del barrio”, el hecho de que los futbolistas de extracción popular estaban habituados a jugar con las medias caídas y sin la protección de las espinilleras. En nuestra ciudad, las autoridades (y acaso también la sociedad civil) parecen estar marcadas por “el atavismo del barrio”. Tal vez ello explica que los gobernantes pudiendo actuar bajo la legitimación racional-burocrática, propia de las sociedades modernas, de manera reiterada procuren una la legitimación carismática. De otra manera no se entiende su insistencia por utilizar símbolos de índole religiosa o tradicional, y cuya manifestación más reciente fue la de los funcionarios municipales desfilando por las calles disfrazados de Reyes Magos, supuestamente para obsequiar golosinas a los niños. Tal vez se asumen como los sucesores de los antiguos monarcas quienes procuraban granjearse la voluntad popular dispensando de tiempo en tiempo algunas prodigalidades. Como los emperadores romanos que repartían trigo a la plebe reunida en el Coliseo en pequeños sacos, a los que en ocasiones incorporaban algunas monedas. En forma similar, la prestación de los servicios públicos, que por mandato legal los tres niveles de gobierno tienen la obligación de suministrar, así como las ayudas a la población desfavorecida, se publicitan en la prensa como si fuesen concesiones graciosas de nuestros gobernantes provenientes de su peculio y no con cargo al erario público. En el mundo moderno las ferias, agrícolas, ganaderas, industriales o tradicionales, se celebran en lugares ex profeso, promovidos por las autoridades, ya sea pertenecientes al dominio público o de los particulares; tanto en ciudades de nuestro país como del extranjero. Así sucedió en eventos únicos como la Feria de Sevilla o de Montreal o los que se realizan periódicamente como la Feria de León, o la Feria Internacional de Libro en Guadalajara, etc. A lo largo del territorio nacional abundan los “centros de convenciones” o los “terrenos de la feria”. En nuestra ciudad, como en otras de la región, se prefiere invadir las calles con vendimias, ya sea en ocasión de las “ferias” o como simple expresión del comercio en la vía pública, y según sea el caso, en forma cotidiana, semanal o con motivo de múltiples festividades: Día de Reyes, de la Amistad, Semana Santa, día de las Madres, Reinado de Fiestas Patrias (con la consiguiente obtención de fondos durante meses), Fieles Difuntos o Navidad. Quizá ello es producto del atavismo que hoy aflora en la sociedad como en el gobierno. El de nuestros tianguis, palabra* que originalmente designaba al trueque o la venta que se hacía ciertos días de la semana y que andando el tiempo vino a significar los mercados que se instalaban periódicamente en la calle. A su vez, un atavismo reforzado por la tradición de los bazares, esos mercados callejeros de puestos ambulantes, que todavía pululan en los arrabales de las ciudades orientales como Calcuta o Bagdad, y con los que se familiarizaron los españoles durante siglos, como súbditos de los árabes. Tal vez este sea el motivo de que en Yurécuaro, durante los últimos 40 años ninguna administración municipal haya tenido la capacidad o la voluntad política de encauzar el comercio informal y establecer mercados de distinta índole en inmuebles apropiados en varias zonas de la ciudad (JAMG). * Aztequismo de tianquiz, apócope de tianquiztli, a su vez derivado de tiamiqui, vender o traficar.

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