sábado, 6 de noviembre de 2010

REQUIEM POR LA ESTACIÓN

Con frecuencia, los viejos aseguran que todo tiempo pasado fue mejor. Esta afirmación parece responder a la añoranza de la juventud perdida, aunque en el caso de nuestro pueblo, también revela la nostalgia de quienes vivieron en una villa que cambió a golpes de modernidad, no siempre para bien.
El ferrocarril como medio de transporte ya no existe, por lo que se abatió el comercio y la vida social en la zona de la Estación, donde muchas casas se convirtieron en ruinas. Desparecieron para siempre los hoteles Ruiz, Monclova, Jardín, México y Reforma, ante la ausencia de agentes del comercio y viajeros. Se echa de menos el bullicio de los vendedores de antojitos, fruta, o cajetas, para las tres corridas diarias a Guadalajara en ambos sentidos, las dos a México, y otras tantas a Zamora, más las correspondientes al Pullman con destino a la capital de la república. Se extraña la quema de judas los Sábados de Gloria en el parque Felipe Pescador y la fiesta que recordaba el sacrificio de Jesús García, el Héroe de Nacozari, el 7 de noviembre.
Ya no existe el depósito del chapopote ni la cerca que lo rodeaba hecha de tubos, o el taller donde un silbato, al que la gente conocía como “la fija”, porque invariablemente tocaba a las dos tarde para que los ferrocarrileros salieran a comer; y que también “fijaba” el ritmo del pueblo. Ya no se encuentran los restos de dope al lado de los rieles, ese lubricante de consistencia semejante a la plastilina, que los niños utilizaban para jugar y las señoras para reparar las cubetas abolladas con las que sacaban agua de los pozos imprescindibles en todos los hogares.
Desapareció el campamento, que se ubicaba en una vía complementaria, con vagones de carga adaptados como viviendas, allá donde terminaba la calle Juárez; habitados por trabajadores del riel y sus familias, siempre listos a desplazarse a donde trabajaran las “cuadrillas”. El embarcadero de ganado, por el rumbo del Hacha sería desmantelado, como evidencia del retroceso de nuestra ganadería y el dominio del transporte por carretera. Se perdió en el olvido su importancia militar que facilitaba el transporte de las tropas de caballería en la lucha contra los rebeldes del Estado de Jalisco en tiempos de la Revolución Cristera.
Ya no existe el puesto de Don Marcos (Ramírez), que era terminal obligatoria del autobús urbano propiedad de la Güera Macías (Álvarez); un estanquillo famoso por su agua de Jamaica y sus cajetas, golosina ajena, entonces, a su adulteración con maicena. Estaba situado frente a la Sala de Espera y al sur de la residencia del Jefe de Estación, un funcionario de jerarquía social similar a la del presidente municipal, por su relevancia en la economía del pueblo, ya que podía agilizar el embarque o desembarque oportuno de los vagones cargados de granos, cal o de aquel carro de cerveza que venía directamente desde Orizaba, destinado exclusivamente a saciar la sed de las romerías en los fiestas Santo Cristo de Tanhuato.
Igual suerte corrió el restaurante ubicado al lado de la Sala de Espera, de la terminal ferroviaria el que originalmente estuvo a cargo de Don Antonio Li Lu, quien emigró de Cantón, China, para residir en Silao, a principios del siglo XX, de ahí se trasladó a esta ciudad, para hacerse cargo de ese negocio; un restaurante al que hace mención el escritor Salvador Novo(Jalisco-Michoacán), de paso por esta ciudad el miércoles 5 de octubre de 1933, cuando acompañaba, en gira de trabajo al entonces Secretario de Educación Narciso Bassols. Ya por los años 50's lo atendió, por un tiempo, la familia Gil Salazar.
También se esfumó el encanto de la Oficina de Transbordos, en la que algún estudiante que residía en México fincaba sus esperanzas de que las cartas que depositaba a las siete de la tarde en el carro-correo del ferrocarril México-Guadalajara, estacionado en los andenes de la Estación de Buenavista en el D.F., llegarían a dicha oficina a las cuatro a.m., y fueran para que entregadas a la enamorada en el reparto de las once de la mañana.
Subsiste todavía, aunque disminuida, la que fuera próspera abarrotera de Don Nicolás Núñez, pero no corrió con igual suerte la tienda de Don Jesús García Z y su hijo Sidronio, situada en Zepeda y Ferrocarril. En la confluencia de esas dos calles también se encontraba el billar de Don Salvador Campos, quien era dueño también de la paletería. instalada en un puesto de madera enfrente, donde empezaba el parque; dotada con una sinfonola, adonde acudían los jóvenes bicicleteros a finales de los 50´s para escuchar las melodías del momento, entre ellas Mi gusto es, con un acompañamiento, poco frecuente entonces, de una banda sinaloense. Don Salvador, era un hombre rollizo, que vestía pulcras camisas blancas, siempre respetuoso en su trato, al que muchos puritanos del pueblo criticaban, disimulada e hipócritamente, por mantener una relación extra conyugal.
Poco más adelante, por la calle ferrocarril, enfrente del actual parque de los juegos infantiles se encontraba la Oficina de Teléfonos. Un pequeño recibidor dotado de una ventanilla a través de la cual se tramitaban las llamadas de larga distancia, que se desahogan después en una caseta, previo aviso de las operadoras: -Don Perengano: ya está lista su conferencia. Éstas, sentadas frente a una gran consola llena de orificios introducían y sacaba decenas de cables de terminales metálicas, en enmarañada confusión a fin de comunicar manualmente a los usuarios locales, ya que entonces no había servicio automático.
En sus inicios, los teléfonos funcionaban después de darle vuelta una manivela que estaba integrada al mismo aparato descolgando después el auricular; con el tiempo sólo se hacía esta última operación, y se pronunciaba la fórmula: - Señorita, me da por favor el número “x”, a lo que la interpelada contestaba invariablemente: -Con mucho gusto. Por hablar frecuentemente a uno ya le conocían a uno la voz, llamándole por el nombre propio, e intercambiaban un breve saludo. Las operadoras también hacían transferencias de llamadas de otras ciudades entre sí, buscando alguna ruta electrónica menos saturada, con un sonsonete característico de les oía decir: -“México, México, me das Monterrey para Guadalajara. Vaya un recuerdo imperecedero para quienes laboraban jornadas agotadoras, procurando conservar la cortesía, Rut Ayala, Ma. Elena Valle, Irene Nápoles, Aurora Rizo, Irene Gutiérrez y todas las demás, que la flaca memoria no retiene.
En un tiempo en que ni siquiera se soñaba con la existencia de celulares o la Internet, donde muy pocas familias tenían teléfono en su domicilio, era frecuente el llamado “servicio por mensajero”: un recado en el que se informaba que a tal hora, le hablará el señor “Zutano” por larga distancia, para que uno se apersonara a esa oficina. Varios de los jóvenes de ese barrio, como Javier Bárcena, se beneficiaron con el pago proporcional de su tarifa y las propinas anexas.
También, como medio de comunicación eficaz, existían los telegramas, más baratos que los telefonemas, con la única limitación de que se debía expresar un pensamiento en diez palabras para gozar de la tarifa ordinaria. Repartidos por mensajeros en bicicleta, como Agustín Olvera y Palma, su presencia siempre desataba “mariposas en el estómago”, pues auguraban para algunos la magia del saludo amoroso, la felicitación por el cumpleaños o para otros, la angustia, ante la posibilidad de una mala noticia. Por eso se puede decir con el poeta: Volverán las oscuras golondrinas de tu balcón sus nidos a colgar… pero aquellas que aprendieron nuestros nombres, esas, no volverán. JAMG.

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